Sentados así casi no te reconozco.
No has cambiado nada. Tu aspecto es más o menos el mismo: la cara aniñada, la nariz discretamente aguileña, cierta sombra en la sonrisa. Pero no, ya no eres tú.
Cuando te miro no hallo aquel del que me enamoré. Que hacía pájaros de papel, que hacía sonar una melodía con el arrullo de su sonrisa. Que me decía que me quería así más o menos de aquí a las estrellas.
¿Dónde se ha ido? No lo sé. Pero cuando te miro, aquel niño que fuiste parece perdido en el fondo de tus ojos y yace moribundo en el techo de tu corazón.
Eso es lo que siento cuando te miro.
Y de noche, a solas mientras duermes, me pregunto dónde te has ido. Qué ha sido del hombre que me despertaba cada mañana con un beso y me abría la puerta antes de pasar, con los modales más antiguos posibles y sin embargo, más encantadores. Con los brazos enormes abiertos en abrazos de eternidad y la tranquila seguridad de vivir por siempre.
Cuando te miro mientras duermes, me pregunto quién eres, quién sonríe con esa risa de antes, quién habla con la voz oscura de los años que han pasado entre los dos; adónde se ha marchado ese chico que corría todas las tardes por la orilla del mar y llegaba hasta mí lleno de sonrisas para abrazarme y dejarme empapado de sudor y de amor. Porque ya no te encuentro.
A veces cierro los ojos cuando hablas y el tiempo se empequeñece hasta hacerse una nada, y logro tocar los dedos de ése que eras y que se ha perdido, que me convenció de amor y me llevó hasta su lecho y hasta su vida, y del que me enamoré sin preguntas ni condiciones, como sólo los niños, y quizá los tontos, lo hacen.
Pero no, no eres tú aquel de quien me enamoré. Ni el que me hizo amar. Tu mirada es fría, tu risa es falsa; esos dedos que pretenden acariciar mi cara pasean automáticos por mi rostro cansado. Ya no eres el que fuiste. Te has perdido delante de mí y no, no sé dónde estás.
¿Por qué el tiempo nos hace esto? ¿Por qué, pudiendo amar por siempre, perdemos el camino, olvidamos la luz que nos ilumina?
¡Oh! Si por un momento quisieras ser aquel que fuiste, si pudiera escuchar el sonido de esa voz de mediodía, cuánto amor me queda para darte, para regalártelo todo así, sin llevar cuentas, sin contar días, sin esconder abrazos…
Pero no. Cuando te miro todo parece cambiado. Ni un eco de tu antiguo ser, ni un latido que lleve mi nombre… ¿Lo imaginé? ¿Te soñé con tanta fuerza que me creí mi propia fantasía…?
No…
Pero, cuando te miro, no eres tú siendo tú. No eres tú siendo yo. Cuando te miro ya no hay amor, si no indiferencia o algo más que no deseo descubrir.
Cuando te miro aún te quiero… Aunque en ti sólo haya olvido.
martes, 4 de febrero de 2014
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