AYER / YESTERDAY
¡Qué guapo estaba! Ya no somos los mismos, pero sigue siendo él.
Hay nieve en su pelo, negro como el azabache. Y sus ojos de miel y desierto siguen brillando de una forma maravillosa.
Venía con su niña en brazos y una cara de suficiencia enorme. Algo de torpeza y un poco de vergüenza.
Venía tan guapo. Le gusta ir guapo. Siempre. Esa americana, ese vaquero, ese pecho enorme como un sueño esperado. Lo ha hecho para gustar, para gustarme a mí. Sonrío. Porque lo ha conseguido.
Siempre lo ha logrado conmigo.
Y charlamos de la vida que tenemos, tan opuesta a la que una vez compartimos. Y me oye, porque hablo por los codos y la boca y las manos, y se ríe como antaño, cuando no paraba y él callaba, complacido y juicioso. Mucho admiro su sentido común.
Es él. Siempre ha sido él. Hasta que muera será él. Aunque no estemos juntos y nuestras vidas sean diametralmente opuestas.
Es él. Y ayer lo vi. Y estuvimos juntos por un rato que se hizo eterno. Como antes estábamos, tiempo atrás, según mis recuerdos. Y también los suyos.
Porque somos como un par de zapatillas cómodas y suaves: nos amoldamos uno al otro con una facilidad divina. Y esa química sigue intacta, y esa física ya acabada, y juntos conseguimos descubrir lo que no hemos conseguido y lo que nos ocurre en el presente, tan lejos y tan diferente de lo que una vez pensamos.
Es él. Ayer lo supe. O lo recordé. Porque lo había olvidado.
Hasta que me muera lo será. Él.