Lo intento. Mi cabeza me dice no, pero mi corazón me dice ve.
Y voy. Y pienso en ti. Una y otra vez. Con esa intensidad de lo obsesivo. Y ese sentimiento enorme que apenas duró un suspiro me llena otra vez y se me derraman las sonrisas y el pecho se llena de mariposas al revivir las caricias que nos dimos y los besos que no nos negamos. Y el adiós que nos dijimos.
Perdona a mi corazón, ese tonto sinrazón. Todavía late por ti y aún suspira por ti como si fueses importante en la vida, como una vez lo fuiste. Antes de que me dijeras que no. Antes de que la efímera pasión se disipase y el eterno amor se enfriase en una sorda mueca.
Y son mis sueños que se resisten a tu ausencia. Mi mente me dice no, pero el corazón va a su aire, qué le vamos a hacer. Así que perdónalo si me hace llamarte a veces, si anhela todavía oír tu voz o sentir el lento planeo de tu aliento sobre mi cuello.
No quieres saber nada de mí, y créeme que lo entiendo. Pero quién se lo dice al corazón rabioso, que va por libre; quién se lo explica a mi piel, que extraña tu vecindad y el peso de tu cuerpo en el lecho. Los sueños que se tejen arrebatados por la pasión y un fin de semana maravilloso cuyos restos son cenizas con las que aún escribo tu nombre.
Todavía.
Así que perdona a mis sueños que siguen enredándote y perdona a mi corazón que sigue amándote todavía, en la locura de este presente que quiere negar y no puede, y en este mar de ansiedad en el que nado desde el día que me dijiste adiós.
Perdona a mi corazón que aún te ama y no sabe qué hacer más que llorar por ti.
Todavía.