domingo, 12 de mayo de 2013

Desde..."Los mínimos y máximos de Felix Esteves"

LA TERRIBLE Y FLOREADA HISTORIA DE AMOR DE MARÍA FLOR Y ELPIDIO ROSAS.

Extrañamente le empezaron a crecer flores blancas en su cabeza, poco a poco su negro cabello fue cediendo a las fosforescencias blanquecinas que la hacían parecer una diosa de la foresta, apenas con trece años la niña comenzó sin querer a ser la mujer más deseada del pueblo. Todos los hombres ponían a sus pies los más grandes regalos, sus oídos llegaron a escuchar las más esplendidas proposiciones matrimoniales y muchos ofrecían como dote sus grandes fortunas; desde los más lejanos lugares, remotos, llegaban pretendientes de los más altos rangos, pero el corazón de la niña rechazaba a todos, su amor estaba puesto en el único hombre que no la deseaba y que inexplicablemente era el único que entendía los secretos de las flores. María Flor solo era capaz de amar a aquel florista que aún no había posado sus ojos en ella.

Elpidio Rosas con apenas quince años era el florista del pueblo, su pequeño negocio como el arte de la floristería lo había heredado de su madre y esta a su vez de su madre y así esta de su madre, eran muchas las mujeres Rosas que habían sembrado y cultivado flores y que de sus manos salieron los más hermosos ramos de toda la poblada; Elpidio era el primer hombre de aquella histórica familia que tomaba el negocio en sus manos, para él era su vida, había nacido entre centenares de gladiolos, entre miles de tulipanes, entre millones de rosas, entre infinidades de las más simples y exóticos pimpollos florales. Su misma apariencia era como de lirio, su delgado cuerpo era como el tallo verde y sus rubios cabellos casi opalinos peinados con gomina simulaban la corola nívea de aquella flor. Elpidio tenía solo ojos para sus flores, para sus delicados y festivos ramos que adornaban los más grandes salones, que enamoraban a las más parcas mujeres que caían rendidas a sus pretendientes apenas veían a sus enamorados entregarles en sus manos aquellos bouquets tan bien trabajados y decorados.

María Flor un día desesperada por tanta pasión y enamoramiento no correspondido decidió enfrentar a Elpidio Rosas y escabulléndose en la oscuridad de la noche, se metió en la habitación del florista que soñaba con los jardines de orquídeas de las guerreras amazónicas, con los perfumes de las rosas fragantes del château de Villandry, con los supremos lotos de pétalos de oro del baño de Buda, con los collares floridos que cuelgan del azul cuello de Krishna, con los azahares volátiles de los palacios de Ormuz, con los mudos tintineos de los tulipanes de Keukenhof. En su sueño, que era más un delirio, Elpidio mostraba una erección descomunal, su miembro erguido como tallo de roble mostraba un glande rojo violento, inflado y suculento, al mismo tiempo vivaz y delicado, que temblaba por los fantásticos somnus que Hipnos le ofrecía. Así fue visto por los ojos apasionados de María Flor que sin pensar abrió su falda y posó su frágil botón hambriento sobre aquel colorado estambre que pedía ser amado, conquistado, tragado, succionado, estremecido; el pequeño botón de la muchacha se abrió sediento, ávido, goloso y codicioso; ambos se entregaron a mecer sus cuerpos como las lilas son mecidas por el viento, como se columpian las alegres aljabas con la brisa fría de la primavera.

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