El caso de la señora y el carrito de la compra.
No hace muy bueno. El cielo está nublado y hay algo en el ambiente que predice un aguacero tormentoso. A veces las tormentas me dan dolor de cabeza, y la vida… la vida también me da dolor de cabeza.
Trabajar es una suerte en los días que corren. Pero a pesar de todo eso, cuesta. Es injusto para todos los que están parados, los que miran el duro para ver como comen ese día, o al día siguiente. Es injusto para los que no pueden tomar el café que acabo de disfrutar… disfrutar es un decir, porque a veces el que está detrás de la barra, consigue que el café te sepa mal y no es por el café, sino por él, por el gesto, por la gilipollez latente en él, en este caso ella.
Un cigarrillo. Caminar pausado. No hay prisa, la oficina espera. La cabeza va libre y empieza a componer el panorama para la mañana “Calla, coño, déjame disfrutar de estos cinco minutos”; “Se te ha olvidado algo en el coche”; “Pues muy bien”; “Vuelve”; “No me da la gana” ;“Vuelve”; “Vale, joder, ya vuelvo”.
- Perdona, si no es molestia.
Me vuelvo. Un señora con un carrito de la compra. Vacío. Me suena su cara. Quizás es una mujer que trabajó con nosotros hace años. Una señora de limpieza. Una pobre mujer, siempre lo fue. Simple. Buenaza, lo que no quiere decir que trabajara bien. Pero… es triste que tengas que ser perfecta para trabajar. A veces no damos más de si, o no podemos llevar el ritmo que esta sociedad nos indica. A veces tenemos la cabeza a pájaros… pero eso es algo que no nos podemos permitir… no, hay que ser fuerte, no vale ser simple, no vale ser buenazo, no vale nada, más que tirar, trabajar, dar la talla.
No, no trabajaba bien. Y es muy difícil… es muy difícil… hay que trabajar bien… Sociedad de fuertes, en que todo se mide por el rendimiento. Los listos, los trabajadores, los cultos. ¿Dónde dejamos a los que no dan la talla? ¿Qué oportunidades dejamos para esta gente? Eso antes era ya difícil, cuando había trabajo. Pero ahora… Nos olvidamos de las personas.
No, no seamos ahora hipócritas. No digamos que todos son iguales, y que todos debe tener oportunidades. Eso queda muy bien decirlo, pero no lo sentimos. Eso no es verdad. Y no, no digamos que nosotros haríamos otra cosa… si nosotros tuviéramos un negocio, cogeríamos a los mejores. Hagamos un poco de introspección y pongámonos en el lugar de alguien que pone una tienda y necesita a alguien que le haga la limpieza. O mejor, traspasamos todo este planteamiento al campo de las amistades. ¿Somos amigos de los que no dan la talla? ¿Tratamos con habitualidad y cercanía con los que no cumplen nuestras expectativas? O en el fondo ¿No queremos sacar algo de las relaciones que tenemos? ¿Van a ser los demás distintos que nosotros? Yo a esta señora posiblemente no la contrataría. Aunque me de pena, siempre me la dio.
No sé si ella me recuerda. Quizás sí y por eso se acercó a mí. Quizás por eso me pidió dos euros para comprar aceite… “Me dan vales en Cáritas, pero necesito aceite”.
No suelo dar limosnas. Hay veces que según por la calle que vayas, te vas encontrando a una fila de pedidores. Y es imposible, a parte que a veces suena a impostura. Pero hoy, busqué en el monedero los dos euros que me pedía… y al final cambié de cartera y le di diez euros. Es una mierda, ya lo sé, es una mierda que apenas le dará para comer unos días, si se administra bien. Con eso y Cáritas…
Me dio las gracias, pero apenas la escuché. Me di la vuelta casi avergonzado y con dificultad esbocé buenos deseos… y me fui hacia el otro lado de la calle, en busca de mi coche, para coger lo que se me había olvidado, que ya no recordaba, y que al final se quedó en el coche, como unos metros atrás se quedó mi ánimo y mi vergüenza. Vergüenza por mí, y vergüenza por el mundo que estamos creando.
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