martes, 18 de diciembre de 2012

Homenaje a Reinaldo Arenas (Cuarta parte)

Luego de dos años de estadía en el Morro, Arenas fue liberado. Pero la calle no era mucho mejor que la prisión. Era constantemente vigilado, descubrió que muchos a quienes creyó sus amigos eran en realidad delatores, escribía y escondía sus manuscritos para que no cayeran en manos de la seguridad. Dos golpes que lo deprimirían profundamente fueron las muertes de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, ambos amigos suyos y cuya relación le valió sus primeras persecuciones políticas.

Fue en esa época que conoció a Lázaro Gómez, quien aunque era heterosexual, logró congeniar con Arenas a tal punto que jamás se volverían a separar. Ambos salieron de Cuba cuando la crisis del Mariel en 1980. Arenas tuvo que falsificar el apellido de su pasaporte transformándolo en “Arinas” puesto que su nombre estaba en una lista de gente a la que no se le permitiría salir.

La vida en las entrañas del imperio tampoco era fácil y de eso Arenas se dio cuenta bastante rápido. Pasó aprietos para comer, trabajar, encontrar un techo. Se trasladó a Nueva York. Reinaldo lograría, gracias a su prestigio como escritor, viajar a varios países como Venezuela, Francia y España y denunciar la situación en Cuba.

En el invierno de 1987, luego de una serie de fiebres inexplicables y terribles, acudió al médico. Le fue diagnosticado SIDA.

Al regresar a su apartamento, Reinaldo Arenas se plantó delante de una foto de Virgilio Piñera que tenía colgada en la pared. Le dice: “Óyeme lo que te voy a decir. Necesito tres años para terminar mi obra, que es mi venganza contra casi todo el género humano”. Y Virgilio Piñera, generoso, obra el milagro: le concede esos tres años en los que Arenas terminó de escribir lo que le faltaba por decir antes de que anocheciera la noche de su muerte. Gracias Virgilio.

AUTOEPITAFIO

Mal poeta enamorado de la luna,
no tuvo mas fortuna que el espanto
y fue suficiente pues como no era un santo
sabia que la vida es riesgo o abstinencia,
que toda gran ambicion es gran demencia
y que el mas sordido horror tiene su encanto.
Vivio para vivir que es ver la muerte
como algo cotidiano a la que apostamos
un cuerpo esplendido o toda nuestra suerte.
Supo que lo mejor es aquello que dejamos
-precisamente porque nos marchamos-.
Todo lo cotidiano resulta aborrecible,
solo hay un lugar para vivir, el imposible.
Conocio la prision, el ostracismo,
el exilio, las multiples ofensas
tipicas de la vileza humana
pero siempre lo escolti cierto estoicismo
que le ayudo a caminar por cuerdas tensas
o a disfrutar del esplendor de la manana.
Y cuando ya se bamboleaba surgia una ventana
por la cual se lanzaba al infinito.
No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito,
ni un tumulo de arena donde reposase el esqueleto
(ni despues de muerto quiso vivir quieto).
Ordeno que sus cenizas fueran lanzadas al mar
donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de sonar:
espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.

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